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viernes, 21 de octubre de 2016

MONSEÑOR DE SÉGUR - EL INFIERNO, SI LO HAY, QUÉ ES, MODO DE EVITARLO.

¿QUIÉNES SON LOS QUE SIGUEN
EL CAMINO DEL INFIERNO?


Son en primer lugar los hombres que abusan de la autoridad, en cualquier orden, para arrastrar al mal a sus subordinados, ya por la violencia, ya por la seducción. Les aguarda “un juicio muy duro”. Verdaderos Batanases de la tierra, a ellos van dirigidas en la persona de su padre las terribles palabras de la Escritura: “Oh, Lucifer, ¿cómo has caído de las alturas del cielo?”.

Son todos aquéllos que abusan de los dones de la inteligencia para apartar del servicio de Dios a las pobres gentes y para arrancarles la fe. Estos corruptores públicos son los herederos de los fariseos del Evangelio, y caen bajo este anatema del Hijo de Dios: “¡Desgraciados de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! porque cerráis a los hombres el reino de los cielos, donde no entráis vosotros e impedís que los otros entren (…). ¡Desgraciados de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! porque recorréis tierra y mares para hacer un prosélito, y cuando lo habéis ganado hacéis de él un hijo del infierno, doblemente peor que vosotros”. A esta categoría pertenecen los publicistas impíos, los profesores de ateísmo y de herejía, y la turba de escritores sin fe y sin conciencia, que cada día mienten, calumnian, blasfeman a sabiendas, y de quienes se vale el demonio, padre de la mentira, para perder las almas e insultar a Jesucristo.

Son los orgullosos que, llenos de sí mismos, desprecian a los demás y les arrojan inhumanamente la piedra; hombres duros y sin corazón, encontrarán, si a la hora de su muerte no se convierten, un Juez también inexorable.

Son los egoístas, los ricos depravados, que sumergidos en las cenagosas aguas del lujo y de la sensualidad, no piensan más que en sí mismos y olvidan a los pobres. Testigo el mal rico del Evangelio, de quien Dios mismo ha dicho: "Fue sepultado en el infierno”.

Son los avaros, que no piensan sino en amontonar el oro, que olvidan a Jesucristo y la eternidad. Son esos hombres metalizados, que por medio de negocios más que dudosos y por me­ dio de injusticias sórdidamente acumuladas, y de comercios indecorosos, por medio de compras de bienes de la Iglesia, hacen o han hecho su fortuna, grande o pequeña, sobre bases que la ley de Dios reprueba. De ellos está escrito "que no poseerán el reino de los cielos".

Son los voluptuosos que viven tranquilamente, sin remordimientos, en sus hábitos impúdicos, que se abandonan a todas sus pasiones, no tienen más Dios que su vientre, y acaban por no conocer otra felicidad que los goces animales y los groseros placeres de los sentidos.

Son las almas mundanas, frívolas, que no piensan más que en divertirse, en pasar locamente el tiempo, gentes honradas según el mundo, que olvidan la oración, el servicio de Dios, los sacramentos de salvación. No tienen cuidado alguno de la vida cristiana, no piensan en su alma, viven en estado de pecado mortal y tienen apagada la lámpara de su conciencia, sin por esto inquietarse. Si el Señor viene de improviso, como les ha predicho, oirán la terrible respuesta que dirige en el Evangelio a las vírgenes necias: "No os conozco”. ¡Desgraciado del hombre que no está vestido con el traje nupcial! El Soberano Juez mandará a sus Ángeles que tomen, al instante de la muerte, “al siervo inútil”  para echarlo, atado de pies y manos, en el abismo de las tinieblas exteriores, esto es, ¡en el infierno!


Van al infierno las conciencias falsas y torcidas que pisotean, por sus malas confesiones y comuniones sacrílegas, el Cuerpo y la Sangre del Señor, “comiendo y bebiendo así su propia condenación” s, según terrible expresión de San Pablo. Van las gentes que abusan de las gracias de Dios, y encuentran modo de ser malos en los más santificantes medios; van los corazones rencorosos que rehúsan el perdón. Van, finalmente, los sectarios de la Francmasonería y las víctimas insensatas de las Sociedades secretas, que se consagran, por decirlo así, al demonio, jurándole vivir fuera de la Iglesia, sin sacramentos, sin Jesucristo, y por consiguiente contra Jesucristo. No diré que todas ésas pobres gentes irán ciertamente al infierno. Digo sí que van, es decir, que siguen su camino. Felizmente para ellos, no han llegado todavía al fin, y espero que antes de terminar su viaje preferirán convertirse humildemente a arder por toda la eternidad. ¡Ay! ¡El camino que conduce al infierno es tan ancho, tan cómodo! Va siempre descendiendo, y basta dejarse ir por él. Nuestro Salvador nos dice literalmente: "El camino que conduce a la perdición es ancho, y son muchos los que lo emprenden”. Examínate, lector amigo, y si por desgracia tienes necesidad de retroceder, por favor no vaciles, y abandona valeroso el camino del infierno mientras es tiempo.

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