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martes, 27 de diciembre de 2016

Ite Missa Est

27 DE DICIEMBRE
SAN JUAN,
APOSTOL Y EVANGELISTA

EL APÓSTOL VIRGEN. — Después de Esteban el primero de los Mártires, el más próximo junto al pesebre del Señor es Juan, el Apóstol y Evangelista. Era justo que fuese reservado el primer puesto al que amó al Emmanuel hasta el punto de derramar su sangre en su servicio, porque, como dice el mismo Salvador, no hay mayor caridad que la de dar su vida por aquellos a quienes se ama (S. Juan, XV, 13); la Iglesia ha considerado siempre el martirio como la última prueba del amor, que tiene incluso virtud para perdonar los pecados como un segundo bautismo. Pero, después del sacrificio sangriento, el más noble y valeroso, el que mejor conquista el corazón del Esposo de las almas, es el sacrificio de la virginidad. Ahora bien, así como San Esteban es reconocido como prototipo de los Mártires, San Juan aparece ante nosotros como el Príncipe de los Vírgenes. El martirio le valió a San Esteban la palma y la corona: la virginidad mereció a Juan sublimes privilegios que, al mismo tiempo que prueban el valor de la castidad, colocan a este Discípulo entre los miembros más destacados de la humanidad. Juan tuvo la honra de nacer de la estirpe de David, en la misma familia de la purísima María; fue por lo mismo, pariente de Nuestro Señor según la carne. Compartió ese honor con su hermano Santiago el Mayor, hijo como él del Zebedeo y con Santiago el Menor y San Judas hijos de Alfeo; Juan siguió a Cristo en la flor de la juventud sin volver la vista atrás; fué objeto de una ternura particular por parte del corazón de Jesús, y en tanto que los demás fueron simplemente Discípulos y Apóstoles, él fué el Amigo del Hijo de Dios. El sacrificio de la virginidad que Juan ofreció al Hombre-Dios fué según lo proclama la Iglesia, el motivo por el que el Hijo de Dios le amó singularmente. Convienes pues, destacar aquí en el día de su fiesta, las gracias y privilegios que se derivaron para él de esta celestial predilección.

EL DISCÍPULO AMADO. — Sólo ésta palabra del santo Evangelio: El Discípulo a quien Jesús amaba, dice más en su admirable concisión, que todos los comentarios. Sin duda, Pedro fué elegido para ser Jefe de los demás Apóstoles y fundamento de la Iglesia; fué más honrado; pero Juan fué más amado. A Pedro se le mandó que amase más que los demás; por tres veces pudo responder a Cristo que así lo hacía; pero Juan fué más amado por Cristo que el mismo Pedro, porque convenía honrar la virginidad. La castidad de los sentidos y del corazón tiene la virtud de acercar a Dios a quien la guarda, y la de atraer a Dios hacia nosotros; por eso, en el solemne momento de la última Cena, de aquella fecunda Cena que se iba a renovar en el altar hasta el fin de los siglos para reanimar la vida en las almas y curar sus heridas, Juan se colocó junto a Jesús, y no sólo disfrutó de este honor insigne, sino que, en las últimas expansiones del amor del Redentor, este hijo de su ternura mereció apoyar su cabeza sobre el pecho del Hombre-Dios. Entonces bebió la luz y el amor en su fuente divina, y este favor, que era ya una recompensa, fué también el origen de dos particulares gracias que recomiendan de un modo especial a San Juan a la veneración de toda la Iglesia.

EL DOCTOR. — Efectivamente, queriendo la divina Sabiduría revelar el misterio del Verbo y confiar a la palabra escrita secretos que hasta entonces ninguna pluma humana habla sido llamada a publicar, fué Juan escogido para ésta gran obra. Pedro había muerto en la Cruz, Pablo había entregado su cerviz a la espada, los demás Apóstoles habían sellado sucesivamente su doctrina con su sangre; sólo San Juan quedaba en pie, en medio de la Iglesia; y la herejía, renegando de las enseñanzas apostólicas, trataba ya de destruir al Verbo divino, no queriendo reconocerle como Hijo de Dios, consubstancial al Padre. Las Iglesias invitaron a hablar a Juan; y él lo hizo con lenguaje celestial. Su divino Maestro había reservado para él, limpio de toda impureza, la gloria de escribir de su puño mortal los misterios que sus hermanos sólo tenían misión de enseñar: EL VERBO, DIOS ETERNO, y el mismo VERBO HECHO CARNE por la salvación del hombre. De ahí se elevó como el Águila hasta el Sol divino; le contempló sin deslumhrarse, porque la pureza de su alma y de sus sentidos le habían hecho digno de ponerse en contacto con la Luz increada. Si Moisés, después de haber hablado con el Señor en la nube, se retiró del divino coloquio con la frente radiante de maravillosos destellos, ¡cuánto más refulgente debía de ser el venerable rostro de Juan, que se había apoyado en el mismo Corazón de Jesús, donde, como dice el Apóstol, ¡se ocultan todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia ¡qué luminosos sus escritos! ¡qué divina su enseñanza! A él le ha aplicado la Iglesia ese símbolo sublime del Aguila mostrada por Ecequiel, símbolo confirmado por el mismo San Juan en su Revelación, al que se añade el de Teólogo que le ha dado toda la tradición.

EL APÓSTOL DEL AMOR. — Como la castidad, apartando al hombre de los afectos groseros y egoístas le eleva a un amor más puro y generoso, el Salvador concedió a su discípulo amado, además de esa primera recompensa que consiste en la penetración de los misterios, una efusión de amor extraordinaria. Juan había guardado en su corazón los discursos de Jesús: de ellos hizo partícipe a la Iglesia, y sobre todo le reveló el Sermón divino de la Cena, en el que se expansiona el alma del Redentor, que, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin 1 Escribió Epístolas para decir a los hombres que Dios es amor2; que el que no ama no conoce a Dios; que, la caridad aleja el temor'. Hasta el fin de su vida, hasta en los días de su extrema vejez, no dejó de inculcar el amor que los hombres se deben unos a otros, siguiendo el ejemplo de Dios, que los ha amado; y así como había anunciado de una manera más clara que los demás la divinidad y los esplendores del Verbo, así también se mostró un particular Apóstol del infinito Amor que el Emmanuel vino a encender en la tierra.

EL HIJO DE MARÍA. — Pero el Señor le reservaba todavía un don verdaderamente digno del Discípulo virgen y predilecto. Al morir en la Cruz, Jesús dejaba en la tierra a María; José había entregado su alma al Señor hacía ya muchos años. ¿Quién, pues, velaría por tan sagrado tesoro? ¿quién sería digno de recibirle? ¿Enviaría Jesús a sus Angeles para proteger y consolar a su Madre, no mereciendo nadie en la tierra semejante honor? Desde lo alto de la cruz, Jesús ve al discípulo virgen: todo está determinado. Juan será un hijo para María, María será una Madre para Juan; la castidad del discípulo le ha hecho digno de recibir tan glorioso legado. Así, siguiendo la bella observación de San Pedro Damiano, a Pedro se le confía la guarda de la Iglesia, Madre de los hombres; mas a Juan le será confiada María, la Madre de Dios. El la guardará como bien propio, a su lado hará las veces de su divino Amigo; la amará como a su propia madre; y será amado por ella como un hijo.

LA GLORIA DE SAN JUAN. — Rodeado de tanta luz, inflamado con tanto amor; ¿nos extrañaremos que Juan haya llegado a ser el ornato de la tierra y la gloria de la Iglesia? Contad si podéis sus títulos; enumerad sus cualidades. Consanguíneo de Cristo por María, Apóstol, Virgen, Amigo del Esposo; Águila divina, Teólogo sagrado, Doctor de la Caridad, Hijo de María; es además Evangelista, por el relato que nos ha dejado de la vida de su Maestro y Amigo. Escritor sagrado, por sus tres Epístolas inspiradas por el Espíritu Santo; Profeta, por su misterioso Apocalipsis, que encierra los secretos del tiempo y de la eternidad. ¿Qué es lo que le ha faltado? ¿la palma del martirio? No se podría afirmar, porque aunque no consumó su sacrificio, llegó a beber, con todo, el cáliz de su Maestro, cuando después de una cruel flagelación fué sumergido en una olla de aceite hirviendo, en Roma, en el año 95 ante la Puerta Latina. Fué, pues, también mártir con el deseo y en la intención, si no efectivamente; y si el Señor, que quería conservarle en su Iglesia como un monumento de su aprecio a la castidad y de los honores que a esta virtud reserva, si el Señor suspendió milagrosamente el efecto de tan atroz suplicio, el corazón de Juan había ya aceptado el martirio con todas sus consecuencias '. Este es el compañero de Esteban junto a la cuna en que honramos al divino Infante. Si el Protomártir brilla por la púrpura de su sangre, la blancura virginal del hijo adoptivo de María ¿no es más deslumbradora que la de la misma nieve? ¿Los lirios de Juan no pueden mezclar sus inocentes destellos con el rojizo esplendor de las rosas de la corona de Esteban? Ensalcemos, pues, al Rey recién nacido, cuya corte brilla con tan alegres y puros colores. Ese celeste cortejo se ha formado a nuestra propia vista. Hemos contemplado primeramente a María y a José solos en el establo junto al pesebre; apareció luego el ejército de los Ángeles con sus melodiosas legiones; en seguida llegaron los pastores de corazón sencillo y humilde; después, Esteban el Coronado, Juan el Discípulo predilecto; en espera de los Magos, van a venir otros todavía a aumentar el esplendor de la fiesta y a alegrar más y más nuestros corazones. ¿Qué Nacimiento el de nuestro Dios? Por humilde que parezca ¡qué divino! ¡Qué rey de la tierra! ¿Qué Emperador recibió nunca junto a su espléndida cuna honores semejantes a los de este Niño de Belén? Unamos nuestros homenajes a los que recibe de todos esos bienaventurados miembros de su corte; y, si ayer reavivamos nuestra fe ante la vista de la palma sangrienta de Esteban, despertemos hoy en nosotros el amor de la castidad, con el perfume de los celestiales aromas que emanan de las flores de la virginal guirnalda del Amigo de Cristo.
MISA

La Santa Iglesia comienza los cantos del santo Sacrificio con unas palabras del libro del Eclesiástico aplicadas a San Juan. El Señor colocó a su discípulo amado en la cátedra de su Iglesia, para que publicara sus misterios. En sus sublimes coloquios le colmó de infinita sabiduría y le vistió de una blanca y deslumbrante vestidura, para honrar su virginidad.

INTROITO
En medio de la Iglesia abrió su boca; y el Señor le llenó del espíritu de sabiduría y de inteligencia: le vistió una túnica de gloria. Salmo: Es bueno alabar al Señor, y salmodiar a tu nombre, oh Altísimo. — y. Gloria al Padre.

En la Colecta, la Iglesia pide el don de la Luz. o sea, el Verbo divino, don de que fué distribuidor San Juan en sus divinos escritos. Aspira a gozar por siempre de la posesión de ese Emmanuel que vino a la tierra para iluminarla, y que reveló a su discípulo los secretos celestiales.

ORACION
Ilustra, Señor, benigno a tu Iglesia: para que, iluminada con las doctrinas de tu bienaventurado Apóstol y Evangelista Juan, alcance los dones sempiternos. Por el Señor.

EPISTOLA
Lección del libro de la Sabiduría. (Ecles., XV, 1-6.)
El que teme a Dios hará el bien; y el que está firme en la justicia, alcanzará la sabiduría, y ella saldrá a su encuentro, como una madre honrada. Le alimentará con pan de vida y de inteligencia, y le abrevará con el agua de la saludable sabiduría: y se afirmará en él, y no se doblegará: y le sostendrá y no será confundido: y le exaltará ante sus prójimos, y le abrirá la boca en medio de la asamblea, y le llenará del espíritu de sabiduría y de inteligencia y le vestirá una túnica de gloria. Atesorará sobre él jocundidad y exultación, y el Señor nuestro Dios le dará en herencia un nombre eterno.

Esta suprema Sabiduría es el Verbo divino que apareció delante de San Juan, llamándole al Apostolado. Ese Pan de vida con que le alimentó es el Pan inmortal de la última Cena; ese agua de saludable doctrina es la que el Salvador prometía a la Samaritana y con la que se pudo saciar Juan en su misma fuente, cuando le fue dado descansar sobre el Corazón de Cristo. Esa fortaleza inquebrantable es la que le mantuvo en la guarda vigilante y valerosa de la castidad y en la confesión del Hijo de Dios antes los esbirros de Domiciano. El tesoro que para él recogió la divina Sabiduría, es todo ese conjunto de gloriosos privilegios que hemos señalado. Por fin, ese nombre eterno es el de Discípulo amado.

GRADUAL
Corrió entre los discípulos la voz de que aquel discípulo no moriría; pero no dijo Jesús: No morirá: — J. Sino: Quiero que permanezca así, hasta que yo venga: tú sígneme.


ALELUYA
Aleluya, aleluya. — J. Este es aquel discípulo que da testimonio de estas cosas: y sabemos que su testimonio es verdadero. Aleluya.

EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan. (XXI, 19-24.)

En aquel tiempo dijo Jesús a Pedro: Sigúeme. Y, volviéndose Pedro, vió venir detrás a aquel discípulo a quien amaba Jesús, el que en la cena descansó sobre su pecho y le preguntó: Señor ¿quién es el que te entregará? Al ver pues, a éste Pedro, le dijo a Jesús: Señor, ¿qué será de éste? Díjole Jesús: Quiero que permanezca así hasta que yo venga: ¿qué te importa? Tú sigúeme. Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que aquel discípulo no moriría. Y no dijo Jesús: No morirá: sino: Quiero que permanezca así hasta que yo venga: ¿qué te importa? Este es aquel discípulo que da testimonio de estas cosas: y las ha escrito y sabemos que su testimonio es verdadero.

Este trozo del Evangelio ha fatigado mucho a los Padres y conmentadores. Se ha creído ver en él la confirmación del parecer de los que opinaron que San Juan fué eximido de la muerte corporal, y que espera todavía en carne mortal la venida del Juez de vivos y muertos. Mas, no es necesario ver en él, con la mayor parte de los santos Doctores, sino la diferencia de las dos vocaciones de San Pedro y de San Juan. El primero seguirá a su Maestro, muriendo como El en la cruz; el segundo deberá aguardar; alcanzará una dichosa ancianidad; y verá llegar hasta él a su Maestro, que le sacará de este mundo con una muerte tranquila.

En el Ofertorio, la Iglesia recuerda las palmas floridas del discípulo amado; nos muestra a su alrededor las generaciones de fieles que llevó a la luz de la verdad, las Iglesias que fundó y que se multiplicaban en torno suyo como los jóvenes cedros a la sombra de sus majestuosos antepasados que se yerguen en el Líbano.

OFERTORIO
El justo florecerá como la palmera: se multiplicará como el cedro que hay en el Líbano.

SECRETA
Recibe, Señor, los dones que te ofrecemos en la solemnidad de aquel con cuyo patrocinio esperamos ser libertados. Por el Señor.

La misteriosas palabras que hemos leído en el Evangelio hace unos momentos, vuelven ahora en el instante en que el sacerdote y el pueblo comulgan con la Victima de la salvación, como una garantía de que quien come este Pan, aunque muera en el cuerpo, seguirá viviendo en espera de la venida del juez y remunerador supremo.

COMUNION
Corrió entre los hermanos la voz de que aquel discípulo no moriría: y no dijo Jesús: No morirá: sino: Quiero que permanezca así hasta que yo venga.


POSCOMUNION
Alimentados con manjar y bebida celestiales, suplicamoste. Señor, humildemente, seamos protegidos con la intercesión de aquel en cuya conmemoración los hemos recibido. Por el Señor

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