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lunes, 29 de mayo de 2017

AVISOS ESPIRITUALES DE SANTA TEREZA DE JESUS



ACUÉRDATE QUE NO TIENES MAS DE UN ALMA
174.- Penetre aquel rencor del corazón, aquel despecho, sin poder jamás acordarse de DIOS, aquel desamparo de si mimo, aquella compañía de víboras y serpientes, aquella noche sin día, aquel día sin luz inaccesible, aquella desesperación de alivio y de consuelo, por mínimo que sea, aquel calabozo eterno, sin fin, ni término, ni esperanza de libertad.

175.- Cave despacio en aquella profundidad, extienda la vista a aquella longitud de días, cargue la consideración en aquel para siempre, para siempre, sin fin ni término, ¡eterno, eterno, para mientras DIOS fuere DIOS! Que, si lo piensa de espacio, todo lo temporal le parecerá un punto respecto de aquella ETERNIDAD, y los mayores trabajos cama de flores comparados con aquellos tormentos.

176.- Tales son las penas del infierno, y tan poderosa su memoria, que tiene S. Juan Crisóstomo por cierto que, si los hombres se acordaran de ellas, ninguno fuera a ellas, y los muchos que van es porque las olvidan. Diligencia que hace Satanás para conquistar sus almas. Y confirma su parecer con testigo de vista, que fue aquel rico del Evangelio, de quien dice S. Lucas que fue sepultado en el infierno, y que, viéndose en medio de las llamas abrasarse sin esperanza de alivio, rogó a Abraham que enviase predicadores al mundo, que predicasen lo que allí se padecía, y la terribilidad de aquellas penas, porque no viniesen sus hermanos a ellas.

He aquí la parábola: “Había un hombre rico, que vestía de purpura y lino fino, y banqueteaba todos los días espléndidamente. Y un mendigo, llamado Lázaro, se estaba tendido en su puerta, cubierto de ulceras,  y deseando saciarse con lo que caía de la mesa del rico, en tanto que los perros se llegaban y le lamian las llagas. Y sucedió que el pobre murió. Y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán, también el rico murió, y fue sepultado. Y en el abismo, levanto los ojos mientras estaba en los tormentos, y vio de lejos a Abrahán con Lázaro en su seno. Y exclamo: “Padre Abrahán, apiádate de mí, y envía a Lázaro para que, mojando en el agua la punta de su dedo, refresque mi lengua, porque soy atormentado en esta llama…”  Estas son palabras de nuestro divino Salvador, no de cualquier santo sino del Santo de los Santos y si a Él hacemos caso, ¿A quién le haremos caso?

177.-Porque el mismo condenado juzgó por imposible saber las penas, que estaban preparadas para los que ofenden a DIOS, y despeñarse en ellas, por todos los haberes del mundo.

178.- Y tácitamente se excusa de haberse condenado, echando la culpa a los predicadores que no predican estas penas, diciendo: envía quien las predique; como si dijera: que, si yo hubiera tenido quien me las hubiera predicado, nunca hubiera bajado acá. Tales son aquellos tormentos, y tal es su memoria, que los mismos condenados, ajenos de toda razón, no pueden creer que haya hombres que los crean y se condenen, que sepan las penas que les han de dar, si pecan, y que vayan a ellas.

179.- Por tanto, medítalas despacio; porque no seas tan infeliz que, pudiendo ir al cielo, vayas PARA SIEMPRE AL INFIERNO!!!!! QUE ESTA MEDITACION DE LAS PENAS DEL INFIERNO CONVIENE TAMBIEN A LAS PERSONAS ESPIRITUALES.

180.- Ni por ser persona espiritual o aprovechado Religioso, se tenga por excusado de valerse de este medio, para su aprovechamiento. Lo uno porque nuestra Santa les da a sus hijas, que son de las personas más religiosas y aprovechadas de la Iglesia. Lo otro, porque su conciencia le acusa de pecados, por los cuales merece ir al infierno, y no sabe si le son perdonados; y, como cayó en aquellos, puede caer en otros mucho mayores.

181.- Para lo cual necesita de este freno de la memoria del infierno, y para humillarse, viendo el lugar que merece por sus obras, y ser agradecido, reconociendo la merced que DIOS le ha hecho en no haberle echado allá, y enfervorizarse mucho a servir a tan buen Señor, que tantas mercedes le hace, y tener paciencia en sus trabajos, y humildad en los sucesos, reconociéndose por indigno de cualquiera honra, y por digno de mayores penas, que son las del infierno, y conmuta el Señor en las que les da en esta vida.

182.- Diga con S. Agustín: Señor, cortad aquí, quemad, abrasad, y castigadme en esta vida, porque me perdonéis en la eterna. Solía S. Bernardo aconsejar a sus Monjes que meditasen a menudo en las penas del Infierno, ir especialmente cuando se hallaban con alguna tribulación o trabajo, y que entonces se acordasen que, si estuvieran allá, habían de padecer aquel mismo trabajo con otros muchos vehementísimos. No te engañes, que cuanto acá padeces y puedes padecer es nada respecto de las penas que tú mismo padecieras allá, adonde mereces estar por tus pecados. Acuérdate de esto en tus trabajos y todos se te harán leves.

183.- De Santa Catalina de Siena se refiere que habiéndola llevado su madre a unos baños, para cobrar salud, ella se puso al golpe del agua adonde salía abrasando por los caños de azufre, y se estuvo largo tiempo en ellos, padeciendo un ardor y fuego terrible.

Preguntóla su confesor después ¿cómo había podido sufrir tan vehemente tormento? A quien respondió con alegría:

184.- Estaba yo allí meditando la terribilidad del fuego del infierno, y cotejando con el que parecía la tenía por refrigerio, dando al Señor mil gracias porque me había librado de él, y suplicándole me diese aquí muchas penas en lugar de las eternas.

185.- Del Abad Olimpo escribe Sofronio en el Prado Espiritual que hizo su morada en un risco asperísimo, cerca del río Jordán, donde pasaba sin género de abrigo ni defensa.

186. El frío le traspasaba en el invierno, el Sol le abrasaba en el verano; los tábanos y mosquitos laceraban sus carnes. En todos tiempos su comida eran hierbas silvestres, su bebida el agua cruda que se despeñaba de los montes, su cama la dureza de la peña y su techo el cielo.

187.- Preguntáronle ¿cómo podía pasar tan rigurosa penitencia? a que respondió con admirable alegría: ni la siento, ni me parece tan áspera, como vosotros juzgáis, antes todo se me hace fácil de llevar, acordándome de las penas del infierno. Alégrome cuando me veo abrasar del Sol, por escapar de aquel fuego abrasador y eterno. Consuélome viéndome morder de los tábanos, por no padecer el remordimiento de la conciencia y aquel gusano insaciable que atormenta a los condenados, y  a este paso no tengo dificultad en la penitencia, con la memoria de que allí se padece, y yo merezco padecer por mis pecados.

 Salva tu alma.


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